Siempre que tengo la oportunidad de ver un partido mundialista me emociono demasiado, tanto por el juego, como por la fiesta que representa. El mundial significa la alegría de ver a tus paisanos buscando triunfar en un lugar lejano, la emoción de hablar con tus "enemigos" y que después de un par de tragos serán parte de la familia. Esa manera de vivir un mes de tu vida sin otra cosa que fútbol en tu mente y tus alrededores, que la ciudad se convierta en una gigante cancha en la que a cada cinco metros veas unos niños jugando fútbol o aun algo mas grandioso ver personas de distintos continentes unidos entorno a un balón y sonriendo, siendo felices por el pequeño hecho de estar ahí jugando una pequeña cascarita.
Aunque alrededor del fútbol exista un entorno lleno de intrigas, dinero y burocracia, ocasionalmente los futbolistas -cuando su agenda se lo permite- también juegan fútbol.
Yo me quedo con esos sentimientos. La alegría que da el simple hecho de jugar fútbol, esa curiosidad que alimentamos al viajar a lugares distantes solo para patear un balón, ese romanticismo que encierra un lugar creado para y por los amantes del fútbol.
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